Aún recuerdo esas clases de
infantil en las que se recitaba a coro un insistente: la “p” con la “a”, “pa”
como en papá; la “p” con la “e”, “pe” como en perro… Con esta retahíla,
acompañada de las múltiples reglas ortográficas, aprendimos que esos símbolos
escritos sobre el papel tenían sentido. Jurando que sabíamos leer como adultos,
tardábamos horas en descifrar un párrafo entero.
Gracias a la lectura,
podemos viajar al pasado, al futuro o incluso a lugares que no existen solo con
un libro en las manos. ¿Por qué dejar que alguien cuente su perspectiva de una
historia pudiendo interpretarla un mismo? Esa es la magia. Ser capaz de conocer
datos nuevos sin depender de la voz de un tercero y no solo conseguir leer un
libro o estudiar. Lo que hace que aprender a leer sea uno de los
acontecimientos más importantes de la vida es que, a través de ello, podemos
comunicarnos con el resto del mundo. ¿De qué serviría un cartel de “se vende”
si nadie pudiera leerlo?
Señales de tráfico,
carteles, periódicos, televisión, escaparates… Nuestro día a día está lleno de
palabras esperando ser leídas. La típica frase “no me gusta leer” retumba por
el planeta. Entonces, cuando se recibe un WhatsApp ¿Qué se hace? ¿Esperar a que
venga alguien a leerlo? No. Lo hace uno mismo y no nos quejamos por ello. Al
contrario, queremos más y más. Se han sustituido cartas por emails; libros por
Ebooks; enciclopedias por internet. La tecnología ha invadido nuestra rutina
diaria. Y, aunque seguimos leyendo sin parar, la lectura es algo más que una
pantalla electrónica, es una forma de vida.
No importa si se trata de
comunicarse o de introducirse en otra realidad durante un rato, lo importante
es reconocer que, sin este fenómeno, no seriamos capaces de disfrutar como lo
hacemos de la vida.
Judith San José
2º Bachillerato A
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