A lo
largo del siglo XIX muchos fueron los escritores y artistas que acudieron a
todo tipo de drogas buscando en ellas su fuente de inspiración, un estímulo
intelectual que les permitiera vivir experiencias sensoriales, estados anímicos
desorbitados, que plasmar después en sus obras.
Los
primeros en experimentar con estas sustancias fueron los poetas del
Romanticismo. Casi todos probaron el laúdano (opio disuelto en alcohol), aunque
lo más frecuente era el consumo de hachís, en torno al cual llegó incluso a
crearse el llamado “Club de los adictos al hachís”, al que acudían con
regularidad autores como Théophile Gautier o Charles Baudelaire.
Fruto
de las alucinaciones producidas por este consumo son obras como La piedra
lunar, de Wilkie Collins, Kubla Khan, de Coleridge, Del asesinato
considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey, o La
novia de Lammermoor, de Walter Scott. Todos ellos confesaron después que no
podían recordar nada de dichas obras, ni siquiera haberlas escrito. El propio
Quincey afirmó, además, que las drogas por sí solas no aportaban nada al
talento, al genio, sino que solamente producen ciertos efectos en aquellos que
ya poseen una imaginación altamente desarrollada.
Muy
extensa es la lista de escritores y artistas adictos a estas sustancias. Pero
muy extensa también es la lista de los que fallecieron prematuramente por ello
(muchos de los denominados poetas malditos, por ejemplo), o de los
que acabaron sus días presos de la locura provocada por la verdadera tormenta
interior que las drogas ocasionaron en ellos. Esto precisamente es lo que el
poeta simbolista Manuel Gutiérrez Nájera recogió en su poema “El hada verde”, también conocido como “La canción del bohemio”, en el que
pone como ejemplo al malogrado poeta y dramaturgo francés Alfred de Musset,
adicto al hachís y a la absenta que da título al poema.
Si quieres escuchar este poema, pincha aquí:
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